Para muestra bastaron dos botones: los cuestionamientos a la familia, a la escuela y a los medios de comunicación, así como la mirada crítica de su autor en torno a las desigualdades y las injusticias de la Argentina y del mundo fueron algunas de las constantes que surcaron esta serie que reflejó el devenir de las familias de clase media.
Aparecida sucesivamente en el diario El Mundo y en el semanario Siete Días Ilustrados, “Mafalda” cobró una dimensión única en el humor gráfico argentino. Fue compilada en libro, traducida a por lo menos 17 idiomas y distribuida en una veintena de países. Lectura heredada de padres a hijos y de maestros a alumnos, conformó la subjetividad de tres generaciones. Tempranamente, sus protagonistas salieron de las páginas impresas para volverse pósteres, película, cortos de animación, estampillas, remeras, imanes, invitaciones de casamiento, nombres de instituciones o negocios, tatuajes y monumentos... “Mafalda” escapó del control de su creador para devenir en una embajadora informal de la Argentina y en un ícono cultural y popular.
Cuando se cumplieron 50 años de la aparición de la historieta, la Biblioteca Nacional organizó la muestra Mafalda en su sopa y ese gesto profundizó la relación de su autor con la institución a través de su Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentinos, depositario de una importante cantidad de material en donación.
Aquel 29 de septiembre inaugural la revista había anunciado respecto a Quino: “Primera Plana le abre todas las puertas a su talento”. No se equivocó.