Castiñeira de Dios: formas de la militancia / militancia de las formas

Hoy, 30 de marzo, se cumplen cien años del nacimiento, en Ushuaia, del poeta José María Castiñeira de Dios, quien fuera director de esta Biblioteca Nacional Mariano Moreno entre 1989 y 1991. 

Estaba previsto rendirle homenaje en un acto que ha debido ser pospuesto por razones obvias, pero no suspendido. Lo que sigue es sólo una necesariamente breve reflexión acerca de su lugar único, originalísimo, como poeta y militante consecuente a lo largo de nada menos que siete décadas de historia política y devenir cultural argentinos. Desaparecido hace apenas cinco años, lúcido y activo hasta el final, José María fue un testigo cercano y un recurrente actor en la escena pública; de ésos que casi ya no quedan. 

Castiñeira fue un muchacho y un hombre maduro siempre formal, en el mejor sentido de la palabra (un anti Gombrowicz, si cabe): adhirió con convicción y consecuencia extremas a tres fuertes Formas en las que vació su vida, su creatividad y sus pasiones. Fue católico en religión, peronista en política y clásico en la expresión poética. Y sostuvo ese gesto de identidad y pertenencia en todas las circunstancias de su larga vida, de dos maneras: haciendo militancia de esas Formas (poniendo la palabra y el cuerpo detrás de las ideas) y siendo formateado (si cabe el barbarismo) por ellas, al asumir distintas maneras de militar, de comprometerse, de dar la cara por lo que había elegido. Y se la bancó.

Y lo notable es que, con una apuesta de vida y obra tradicionales -y para cierto sentido común moderno, conservadoras- produjo en el campo de la poesía, a contrapelo de modas y vanguardias y asumiendo los riesgos de la ortopedia retórica más rigurosa, algunos textos de notable belleza formal y tremenda eficacia persuasiva. Y en qué momentos de la historia… No es casual (nunca lo es) la perdurabilidad de su Glosa a la copla memorable (Aunque la muerte me tiene / presa entre sus cerrazones / yo volveré de la muerte, / volveré y seré millones) puesta en boca de Evita que le habla al Pueblo. Y lo escribió en 1978.

Y algo más, no por sabido menos pertinente. Cualquier muestra de su mejor poesía –lírica, religiosa, política-, de la elegía al apóstrofe airado, da cuenta, en sus mejores momentos, de que la innegable impronta marechaliana puede ser otra Forma más, no una horma restrictora.

Castiñeira de Dios, un lírico que no se arremanga las calzas renacentistas de Garcilaso ni cuelga la vigüela de Santos Vega para meterse en el barro de la Historia. Ahí están los versos: quien quiera leer, que lea.

                                                                                                                Juan Sasturain


                                             A Inglaterra

                                                                                  “Isla infame”

                                                                                        León Bloy


Solo, desde las costas de mis tierras natales,

miro el mar y furia como otro mar me anega,

mientras desde su cárcel las hermanas australes

me castigan el alma con su mirada ciega.


¡Oh ladrona: yo siento tus colmillos chacales

en la piel del oleaje que hasta mis playas llega

y sé cómo ensangrientas las auroras boreales

con las tierras robadas que nutren tu talega!


Óyeme: Dios es nuestro, y nuestro patrimonio

no yacerá en las manos cobardes del Demonio

aunque leguas y millas de distancia te amparan,


porque yo sé que el día de las glorias marinas

pondremos nuestras costas en las Islas Malvinas

¡que esas islas nos duelen como si nos castraran!

                                                                                                                        (Ushuaia, 1952)

                     

         Eva Perón dice, desde el Cielo, “volveré y seré millones”

                               

                    Copla

Aunque la muerte me tiene

presa entre sus cerrazones

yo volveré de la muerte,

volveré y seré millones.

                 

                  Glosa

Yo he de volver, como el día,

para que el amor no muera,

con Perón en mi bandera,

con el pueblo en mi alegría.

¿Qué pasó en la tierra mía

desgarrada de aflicciones?

¿Por qué están las ilusiones

quebradas, de mis hermanos?

Cuando se junten sus manos

Volveré y seré millones.


Pido un lugar en tu pecho

y aunque lo tengo ya sé

que me das lo que se ve:

sólo un corazón deshecho.

¡Tanto es el mal que te han hecho,

mi pueblo, con sus traiciones

que claman los corazones

y me llaman y ya voy,

desde la muerte en que estoy

presa entre sus cerrazones.


Tantos rostros, tanta pena,

tanta espiga de dolor

y la vida alrededor

con su cepo de condena.

Ya tu suerte me enajena,

pueblo mío, y me sostiene

sólo el amor con que viene

tu llamado hasta mi ausencia;

yo volveré a la querencia

aunque la muerte me tiene.


Yo he de volver, como sea,

junto al pueblo dolorido,

con mi fervor encendido

convertido en una tea.

Y sin que nadie me vea,

sin que el opresor se alerte

ni el cancerbero despierte

ventearé casa por casa;

para reavivar la brasa

yo volveré de la muerte.

                 

            Envío

Toda mi vida es un río

que anda rodeando la tierra

con ese pendón de guerra

que sólo al pueblo confío.

¡Mi pueblo, este signo mío,

este amor sin más razones!

Presa entre sus cerrazones

y porque soy libre y fuerte,

yo volveré de la muerte,

volveré y seré millones.

                                                                                                                                                    (1978)

               


               Jesús consuela a las mujeres que lloran por su muerte


                                                            “…no lloréis por mí; llorad más bien

                                                                por vosotras mismas y por vuestros hijos”.

                                                                                                                        San Lucas

Lloran calladamente su dolor sin consuelo

madres, esas estatuas de pena y desventura,

lloran desde un antiguo cáliz de amargura

esos rostros que enmarca la luna del pañuelo.


Apenas se sostienen, como un pájaro en vuelo,

quebradas las miradas cargadas de ternura,

y lloran, tiernas madres de un país de locura,

como si desbordaran las esclusas del cielo.


Están aquí y no alcanzan a entender lo que pasa;

testigos de la muerte han venido a la plaza

y el Señor las contempla con su mirada buena,


mientras carga el madero del odio y la condena.

Hoy, como ayer, recuerdan que ese día les dijo:

“No lloren por mi muerte; llórenme en cada hijo”


                                                                                                                                                      (1982)