Mario Vargas Llosa (1936-2025)

El escritor falleció este domingo 13 de abril a los 89 años en su Perú natal.

El 27 de abril de 1965 Mario Vargas Llosa le escribe desde París a Tomás Eloy Martínez, por entonces jefe de redacción de Primera Plana: “La revista me parece excelente y estoy contento de figurar como colaborador. Y la nota sobre mi novela me conmovió mucho, hombre, es terriblemente generosa. Te agradezco también tu opinión sobre Los jefes, pero estoy seguro que se trata de un juicio de amistad: esos cuentos son adolescentes y mediocres y no merecían una nueva edición”. La carta, dactilografiada y firmada de puño y letra, es una de las dos que alberga la Sala del Tesoro de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Junto con varios ejemplares dedicados por el Premio Nobel de Literatura que acaba de fallecer en su Perú natal, fueron recientemente ingresados con la donación realizada por los familiares de Martínez. “Me siento un poco en falta contigo, con todos los de Primera Plana, por no haberles escrito antes para agradecerles lo enormemente cariñosos y generosos que fueron conmigo y Patricia cuando estuvimos allá. (…) Ya me parece que hace años que estuve en tu tierra, tierra maravillosa donde no hice otra cosa que hablar de literatura y comer anchísimos bifes (eso es casi la felicidad). No dejes de escribirme, contándome de ti, de tu novela sobre todo, y de los amigos. A todos los de la revista, así como a Roa Bastos, Luis Harss y a Pepe Bianco, distribúyeles fuertes abrazos”.

Ambas misivas permiten aquilatar el vínculo del autor de La tía Julia y el escribidor con la Argentina, que a través de Primera Plana y la industria editorial local, pero sobre todo a través de sus lectores, que le profesaron una devoción instantánea y sin desmayo a lo largo de las décadas, cumplió un rol determinante en su emplazamiento en el mapa literario latinoamericano. Junto a García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Juan Rulfo y Miguel Ángel Asturias, entre otros, Vargas Llosa fue uno de los protagonistas centrales del llamado Boom que a partir de los años sesenta universalizó las letras del continente en un auge editorial sin precedentes. Nacido en Arequipa, tuvo su educación inicial en Bolivia: “Aprendí a leer a los cinco años en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba. Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida” -dijo en la apertura de su discurso de aceptación del Premio Nobel. “Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas”. Su paso por el Colegio Militar (merced a cuya disciplina, hubo de reconocer, aprendió a estudiar y escribir con rigor y precisión), y las tribulaciones de una familia disfuncional fueron la inspiración inicial de su novelística. Que, con la potencia de un estilo robusto y a la vez moderno marcó una renovación en la literatura peruana, anclada hasta entonces en cierto realismo costumbrista. Libros como La ciudad y los perros, La casa verde, y, sobre todo, Conversación en La Catedral, considerada acaso su obra mayor, que acabó consagrándolo, marcaron sus comienzos como narrador: había encontrado su propia voz.

Interesado por la política, sus adscripciones iniciales de izquierda, que incluyeron viajes a la Cuba revolucionaria a la que como sus compañeros de generación había apoyado con entusiasmo, fueron encontrando su límite hasta eclosionar en los años ochenta con su distanciamiento crítico, reflejado tanto en sus posiciones públicas como en sus ficciones. El hecho de vivir gran parte de su vida fuera del Perú -Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos lo tuvieron como residente, e incluso República Dominica y España como ciudadano- le otorgó una perspectiva crítica de los procesos políticos que, inficionados de autoritarismo, reclamaban su voz alertada. Si desde el PEN Club interpeló a dictadores como Pinochet o Videla, no dejó de apelar en sus ficciones a la denuncia de sus atrocidades, como en La fiesta del Chivo, centrada en el tirano dominicano Trujillo.

Entretanto, su obra fue acogiendo aquellas situaciones. Novelas como Historia de Mayta, en la que hace el balance de la fallida experiencia guerrillera peruana, o ensayos como La utopía arcaica, en el que somete a crítica los indigenismos a través del estudio de la obra de su maestro José María Arguedas, marcan un punto de quiebre en su mirada que lo condujo a adscribir al liberalismo, combatido hasta la víspera. Sin embargo, nunca dejó de vislumbrar en la épica la ocasión de reflexión sobre los dramas del presente así como la fuerza liberadora del pasado. Si con La guerra del fin del mundo recuperaba la respuesta religiosa del alzamiento campesino brasilero en busca de una comunidad terrenal, en El sueño del celta no dejaba de aquilatar la figura extraordinaria del revolucionario irlandés Roger Casement, que denunció las atrocidades de la opresión colonial en la Amazonia peruana y el Congo belga.

Su prosa conjuga también humor y erotismo, en cierto modo un aspecto que lo distingue de sus contemporáneos. Las desopilantes desventuras de los soldados en los burdeles de la Amazonia narrados en Pantaleón y las visitadoras, o los atrevimientos transgresores de La tía Julia y el escribidor y la trama incestuosa de Elogio de la madrastra, que, por lo demás, consignan situaciones claramente autobiográficas, muestran su deleite de sibarita que consigue narrar con desparpajo e ironía historias no exentas de una profunda reflexión sobre el drama humano, íntimo y público. El ejercicio del periodismo así como su no tan conocido oficio de dramaturgo le dieron agilidad a su pluma, que también abundó en la exégesis de vastas tradiciones literarias: en su labor académica elaboró tesis sobre Rubén Darío y García Márquez, así como se prodigó en trabajos exhaustivos sobre literatura francesa y española.

Figura de trascendencia internacional, en 1990 fue candidato a la presidencia del Perú por una coalición de centro-derecha, que perdió en segunda vuelta contra Alberto Fujimori. A partir de entonces sus intervenciones públicas acompasaron el reconocimiento universal de su obra, que se vio coronado por el Premio Cervantes, en 1994, el ingreso a la Real Academia Española y a la Academia Francesa y finalmente el Premio Nobel en 2010. En su discurso de asunción enfatizó su credo en la potencia de la ficción en la vida de las naciones: “Gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría”. (…) “Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes”. La Biblioteca Nacional honra la memoria de quien a lo largo de más de medio siglo prohijó una literatura de signo latinoamericano y a la vez universal que marca un hito de la lengua castellana y cuenta con el favor de sus agradecidos lectores.

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