Robin Wood (1944-2021)

El escritor y guionista falleció el domingo 17 de octubre.

“La presento –dijo el dibujante Carlos Pedrazzini, en diciembre de 2019, en una de las actividades organizadas en el Centro de Historieta y Humor Gráfico Argentinos– es Graciela Sténico, la esposa de Robin Wood y tiene mucho material de Columba que quiere donar”.

La editorial, creada en 1922 por Ramón Columba, subdirector de taquígrafos del Congreso Nacional, publicó más de una docena de títulos de revistas hasta junio de 2000 y tuvo su mejor época a mediados de los años 70. Para esa altura, Wood se había convertido en la palabra autorizada del sello.

Su primer trabajo, una historia bélica, fue publicado en 1966 a instancias de Lucho Olivera, de quien el guionista siempre decía, agradecido, que le debía su ingreso a la historieta. El flamante escritor tenía entonces 22 años. Había nacido en 1944 en Colonia Cosme, un pequeño poblado agrícola en Paraguay, en una familia de ascendencia irlandesa y escocesa y tuvo una infancia y una adolescencia marcadas por la pobreza, la soledad, los abandonos y las mudanzas (Asunción, Buenos Aires, Encarnación...), padecimientos que compensaba con su tendencia compulsiva a la lectura.

Fue camionero, lavacopas, estibador en el puerto y trabajaba a destajo en una fábrica de cinta adhesiva cuando por casualidad descubrió, pispiando en un quiosco, que unos guiones que había escrito para Olivera –al que no le había dejado ningún dato de contacto– habían sido editados. Esa publicación le cambió la vida para siempre.

“Nippur de Lagash”, “Gilgamesh”, “Mi novia y yo”, “Pepe Sánchez”, “Dago”, “Savarese”, “Jackaroe”, “Martin Hel”, “Wolf”, “Mojado”, “Helena”, “Amanda”, “Dennis Martin”... El escritor redactó casi todos los guiones de la editorial, convertía en personaje a quien se le cruzara por delante (un amigo, un compañero de trabajo, una esposa), se animaba a diferentes campos narrativos (el policial, la ciencia ficción, el terror, la comedia, la historia, el romance, el drama...) y era leído, con fanatismo, por millones. Llegó a llevar decenas de historias en forma paralela y redactó –sin exagerar– miles de guiones dibujados por artistas talentosos como Carlos Vogt, Domingo Mandrafina, Ernesto García Seijas, Carlos Gómez, Alberto Salinas, Alfredo Falugi, Carlos Casalla, los hermanos Villagrán, Juan Zanotto, Carlos Gómez, Quique Alcantena, Gianni Dalfiume, Lito Fernández y los ya mencionados Pedrazzini y Olivera, entre varios otros. Mientras, viajaba por el mundo y además de contar aventuras que enviaba a la editorial por correo, las vivía.

“Trabajo en un cuaderno garabateado con números de cuadro y un texto que se va formando al mismo tiempo que veo en mi cabeza el dibujo ya hecho (o por hacer) que luego aclararé en la guía de dibujo. Uso la laptop nada más que para pasar en limpio. Trabajo así, y no corrijo. Tal cual como sale, sale. No hay papeles estrujados en el suelo”, contaba en la “biografía autorizada” publicada recientemente por Diego Accorsi, Julio Neveleff y Leandro Paolini Somers.

A muchas de estas experiencias remite un patrimonio que, hasta fines de 2019, desde el archivo del Centro se había tratado de localizar de manera infructuosa y que, en ese anochecer en la Biblioteca Nacional, en la charla con Graciela Sténico, se presentaba así de inesperadamente. Pero todo quedó en suspenso durante el año y medio en el que el coronavirus detuvo al mundo.

Wood no cuestionaba la concepción conservadora y tradicionalista impuesta por Columba: nada de sexo, suicidios, adulterios, homosexualidad, ni política... Eligió el concepto clásico y épico de la historieta y era consciente del rechazo y la falta de reconocimiento de algunos grupos de intelectuales –incluso entre los hacedores de historieta– en la misma medida en que se sabía popular: lo leían los obreros mientras viajaban a trabajar, otros le contaban que habían aprendido de historia antigua por él y coleccionaba partidas de nacimiento con el nombre de Nippur.

El pasado 27 de septiembre la camioneta de la Biblioteca partió a retirar 66 paquetes de la donación que –mil y un avatares mediante– se recibieron en la frontera, a la altura de Clorinda, en Formosa. El escritor y su esposa estaban radicados en Encarnación, del lado paraguayo. Y allí estaba también el archivo.

Robin Wood falleció a los 77 años el domingo pasado, nueve días después del regreso con los materiales, de modo que el generoso gesto de repatriación que supuso la donación, se completa ahora con el de servir de reparo y consuelo a sus lectores.


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